Tener una hija nos lleva a contactar de nuevo con nuestra mujer salvaje, nos invita a reconectarnos con el poder de lo femenino, de lo sutil, de lo bello, de lo vulnerable, de lo espontáneo.
Esa hija se vuelve espejo profundo de lo que necesitamos sanar: con su danza, con su canto, con sus movimientos sutiles y fuertes, con su enojo difícil, con su llanto, con su sentimiento o cuando se retira a ese lugar donde sólo ella se entiende, ella nos muestra hacia dónde debemos ir para ser completas.
Ella nos recuerda la importancia de amar quienes somos, cuando se mira en un espejo y se siente feliz o cuando desea brincar sobre un charco de agua usando su vestido más hermoso, sintiendo completa libertad sobre su belleza
Ella nos regresa a la importancia de celebrar los ritos de pasaje, cuando toma una hojita o flor en su mano y la lleva consigo celebrando la primavera, o cuando carga una piedrita en su ropa para portar un recuerdo de un momento maravilloso.
Una hija en nuestra vida, es la gran oportunidad que tenemos como mujeres de contactar con la voz más pura de nuestra esencia femenina: sanando, integrando, celebrando nuestro linaje y hermandad con otras mujeres también.
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